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al mundo no le importa si vos llorás (el porqué, Parte II, y cuento)

En otra oportunidad hablé sobre el libro que da nombre a este blog (mi fondito, creo que lo llamé), y dejé para otro momento esto de hablar sobre el cuento que da nombre al libro... es como si abriera una matrioska para sacar la que está adentro, y lo hiciera en un lapso de semanas entre una y otra.
Pero bueno, la cosa es que el cuento al mundo no le importa si vos llorás, que está completo lineas más abajo, surgió sin querer, sin ser buscado, y fue escrito de un tirón, de principio a fin; si bien padeció algunas modificaciones, debo reconocer que el estilo con el que lo escribí siempre estuvo claramente definido. Es más, siendo justo con el resto del libro, este cuento fue el que definió el tono del resto de los cuentos.
al mundo no le importa... da origen al libro: no sólo le da nombre, sino que direcciona las historias y los matices que cada una tiene. Marca un antes y un después en la elaboración del libro como concepto, porque cuando comencé a pensar estas historias -todas las que conforman el libro-, noté que les faltaba "algo" que las uniera, que las amalgamara. A veces uno junta en un libro cuentos que tiene desperdigados por cajones, cuadernillos o el reverso de fotocopias de libros de la facultad o del colegio; los amontona, y se los lleva a una editorial que, a veces sin leer ni aconsejar, los acomoda -más o menos-, los diagrama, diseña una tapa y lo manda a imprimir. Después de un tiempo prudencial, una vez cocido el mamotreto, esta editorial entrega los ejemplares del libro. Pasada la excitación de ver el producto terminado en nuestras manos, leemos el libro íntegramente. Y lo hacemos como si fuera la primera vez que tenemos noticias de las historias que están plasmadas ahí. Es entonces cuando a veces nos percatamos de que hay algo que nos hace ruido, que nos hace pensar que la próxima vez tendremos que ser más prudentes a la hora de publicar.
Quizás por todo esto, le estoy agradecido a este cuento; porque sin él, posiblemente no hubiese encontrado el "sur", el rumbo que quería que mis historias, y mi prosa, tomaran.
Sin embargo, debo reconocer, muy a mi pesar, que no es mi cuento preferido, y aunque le tengo mucho cariño, quizás en otro momento hubiera pasado por el fuego salvador de una parrilla... Pero en cambio acá está, esperando para salir a la luz (o las sombras, según el caso).


al mundo no le importa si vos llorás

  el reloj da las 5:30, volviéndolo a esa realidad menos real que la realidad de los sueños. se levanta sobresaltado, y maldice el movimiento de la tierra, por hacer de la noche anterior un nuevo día. la vida proletaria martilla su cabeza.
  comienza a girar el cuerpo, tomando impulso desde el flanco izquierdo. siempre le resultó difícil girar en el sentido contrario, quizás por ello sólo tiene una mesa de luz, donde deja aquellas cosas que cree necesarias a la hora de dormir, y que, en realidad, sólo representan un estorbo [sobre todo al momento de despertar]: cuando él se dispone a dormir, ni bien adopta posición horizontal, duerme –más de una vez reflexionó en el mañana lo leo sin falta que se decía a sí mismo una y otra vez, cada vez que veía ese conglomerado de postergaciones, junto al velador–.
  logra incorporarse. se sienta en el borde de la cama, y restregándose los ojos con las palmas de las manos, calcula sus obligaciones. mejor lo dejo para mañana.
se recuesta nuevamente. 
  el reloj insiste con su tarea, aunque esta vez el ruido es más potente [nadie puede decir que un reloj, cuya única función es dejar en claro que lo que nunca sobra siempre es el tiempo, emite sonidos: sólo hace ruido, sin importar la hora]. lo mira con desconfianza. ¿cinco minutos más?. eso implica una tostada menos. sí, cinco minutos más. vuelve a cerrar los ojos.
  el teléfono celular se complota y comienza con su bip, incesantemente. la alarma taladra sus huesos, su espíritu. agujerea su cabeza. lo obliga a despertar. uh, cierto. el infame sirve de soporte a su colega cuenta-horas, en la ardua tareas de devolverlo a la realidad despierta. [el problema, claro está, es que esta vez, el ruidoso aparatito se encuentra lejos, obligándolo a levantarse para silenciar sus quejidos].
vuelve a tomar impulso. vuelve a girar hacia la izquierda. vuelve a arrepentirse. sus oídos se acostumbran al gemido que despide su improvisado despertador. ¿cinco minutos más? eso significa café solo, sin leche. o, por lo menos, con leche fría. ¿habrá café en la cafetera? vuelve a cerrar los ojos.
  otra vez el reloj. otra vez el teléfono. un combo insoportable. se tapa las orejas con la almohada. su cabeza comienza a repetir imágenes, incansablemente. recuerda las discusiones con su padre; la vez que decidió cambiar de carrera; las primeras renuncias; los celos infundados; los celos justificados; el abandono; el nuevo trabajo; las nuevas conquistas [¿cómo se llamaba la rubia? ¿Mía?]; los miércoles de fútbol; los feriados de pesca; los regresos anticipados; los zapatos debajo de la cama [zapatos que no eran suyos]; los gestos reveladores; las nuevas discusiones; las nuevas decisiones; los nuevos abandonos; las nuevas renuncias [que en realidad, son las mismas de siempre]; el nuevo trabajo; ¿y ahora? el despertador y el teléfono complotados.
  sabe bien que no todas las batallas pueden ganarse, y decide rendirse a sus obligaciones. se incorpora. maldice el traje negro con finas líneas grises, que lo aguarda en la silla, al otro lado de la habitación. ¡esperá que primero me baño!
  el agua recorre su cara, despabilándolo con cada gota suicida que se estrella contra su piel. el reloj vuelve a sonar. se olvidó de desconectarlo, o no quiso hacerlo para tener noción de que cada vez tenía menos tiempo [como si no lo supiera]. el agua lo relaja, lo despierta; a lo lejos, el murmullo del mundo le reclama su ausencia. pero el agua esta ahí, haciéndolo sentir bien [siempre amó el agua; el verano en la costa; los carnavales; los días lluviosos, deambulando sin paraguas por las calles; el ruido de la lluvia golpeando la ventana y el techo de chapa de la ‘casa vieja’; el olor a tierra mojada; ¿pronosticaron lluvia para hoy? mejor llevo el paraguas]. se niega a salir. el teléfono exige su presencia. ¿cinco minutos más? sumando y restando: ni tostadas, ni café, ni leche fría. yogurt con cereales, y para comer en el camino.
  completamente seco, afeitado y perfumado, empieza a vestirse. le lleva un poco de tiempo [más del habitual] el nudo de la corbata. sus manos se niegan a trabajar correctamente, dificultándolo todo. ¿será una señal?
  el reloj vuelve a sonar. último aviso. no hay más tiempo. debe salir corriendo, previa parada en la heladera para buscar el desayuno, y así llegar justo al subte. el tráfico debe estar insoportable para ir en bondi.
  camina acelerado. la ciudad despide las últimas sombras de la noche. las palomas, en la plaza, comienzan su diario trajín. llega a la escalera del subte. pasa frente al puesto de diarios. rodea al vendedor de alfajores. salta a un perro vagabundo. esquiva a los niños que van camino a la escuela. sube al vagón atestado de gente. vendedores ambulantes pasan a su lado, golpeándole la espalda con sus cajas. instintivamente, toca los bolsillos de su pantalón [billetera, documentos, monedas, llaves. sí, está todo]. sus compañeros de rutina, poco a poco, van abandonando el camino. el subte se va deshabitando, pero él continúa. su viaje siempre es el más largo. recuerda la cama. 
  mira el reloj pulsera. ¡uy, es tarde! [o temprano] se pregunta qué hace la gente normal a esta hora. piensa en la gente normal. gente como sus padres; profesionales respetables; contador y arquitecta. papá trabaja por su cuenta. cuenta con auto [él no está viajando en subte a su trabajo, ni llegando tarde]; cuenta con estudio propio; cuenta con vacaciones en el extranjero; cuenta con sus trajes caros; cuenta con amigos influyentes; cuenta con otra familia; cuenta con varias propiedades; cuenta con evasión de impuestos; cuenta con amantes de ocasión.
  mamá, en casa. trabajando en proyectos importantes; independiente; ajena al mundo; crítica de los que pierden el tiempo criticando la realidad social [ésa que es diferente a la realidad de sus sueños]; preocupada por cómo va a vestir en la reunión de hoy; absorta en los aromas de los perfumes; ahora la ve riendo a carcajadas [y pensar que en su juventud era hippie… y soñaba con el ‘amor libre’… tipo de amor en el que aún cree su padre]; ocupada en dar órdenes precisas a sus empleadas; contando los escalones al bajar la escalera; midiendo la distancia de los cuadros, besando la foto familiar; dibujando un gesto de aprobación al ver el rostro sonriente de su hermana.
  se acomoda en su asiento. [¿cuántas estaciones faltan?] no, todavía no me pasé. hace sonar sus dedos. calcula la cantidad de cuadras que va a caminar. llega a destino. baja empujando a la gente. sube corriendo la escalera mecánica. choca con una joven que deja escapar de sus manos el café que llevaba. pide disculpas. recibe una sonrisa de respuesta. el aroma del café le recuerda el desayuno que no tomó. no importa, lo guardo para el mediodía.
  acelera el paso. sabe que su jefe está esperándolo. hoy no es el gran día, pero requiere su presencia. su función dentro de la empresa va a ser más importante [por lo menos eso fue lo prometido]. ya empieza a sentir la mirada inquisidora de sus  colegas; más de uno está envidioso de su ascenso; más de uno desconfía de sus capacidades.
  falta menos. a lo lejos, un taxi embiste a otro vehículo. gritos. la ciudad comienza a despertarse [y a desesperarlo]. seca el sudor de su frente. su estómago reclama comida. mañana me levanto más temprano.
  suena el celular. evita atenderlo. sabe que ‘esas no son horas de llegar’. cinco cuadras más, sólo cinco. los perros pasean a sus dueños. ¿hoy es miércoles? esquiva los charcos de la vereda, los papeles que escaparon de los cestos, los vendedores de diarios, los turistas, los carteros, los mozos, los fumadores. ¿hace cuánto que había dejado de fumar? [tres o cuatro meses; no mucho más; una eternidad. no cuenta ese pucho en la casa de Marcos, de la semana pasada. la semana pasada no cuenta. estaba eufórico, había que celebrar. en los días así, vale todo]. compra en el kiosco chicles de menta y un paquete de galletitas dulces. [¿qué son cinco minutos más?]. ¿qué le hace una mancha más al tigre? sonríe. continúa caminando. llega al edificio. vuelve a sonar el celular. saluda al de seguridad. ¿siempre tan amargo? sube por el ascensor. trata de bajar las pulsaciones, respirando profundamente [su ex le había enseñado ese truco. ella sí era profesional; ella sí tenía un trabajo de verdad; ella sí había estudiado una carrera que sirviera para pagar una casa grande; ella sí se parecía a su padre, un abogado prestigioso; ella sí se parecía al padre de él, un traidor infiel; ella sí era aceptada por la arquitecta; ella sí quería un futuro cómodo; ella sí triunfaba; ella sí era respetada; ella sí tenía un amante; ella sí quedó embarazada de otro tipo; ella sí lo abandonó en su peor momento, ella sí…]. llega al piso correcto. pasa de largo la recepción; pasa sin saludar [no hay tiempo]. la secretaria lo mira sorprendida. trata de decirle algo, pero él no la escucha. se arrastra en el aire hasta llegar a la oficina [esa que todos envidian por la cantidad de ventanas que tiene; esa que va a pintar de celeste o verde manzana porque no quiere que sea completamente blanca; esa que va a decorar con algún cuadro suyo –porque él pinta, y escribe, y sueña– ; esa que va a ser su hogar por muchas horas, durante muchos días, por los próximos años]. se paraliza frente al picaporte. respira profundo. aún no pusieron el cartelito que llevará su nombre, donde dirá subsecretario principal. gira la perilla; abre la puerta; entra a la oficina. 
  pero no está vacía: está llena de cuadros [que él no eligió], de libros, de papeles. un hombre sentado detrás del escritorio que era suyo, que le había sido entregado por derecho propio, levanta la cabeza y lo mira absorto. ¿cómo que quién soy?. no está su nombre en la puerta, pero todos saben que es el subsecretario principal. empiezan los gritos, las acusaciones de usurpación, las amenazas de llamar a los de seguridad [sí, a ése que siempre está de malhumor]. llega un hombre, alto, de pelo castaño, anteojos y barba de tres días: su jefe. lo mira sorprendido. le desliza una pregunta. ¿un telegrama? ¿qué telegrama? palabras como cesantía, impuntualidad, recorte, personal, se suceden, unas tras otras. no sabe qué decir, qué pensar. ¿y el pucho en la casa de Marcos? sabe que estaba festejando. gritos. sillas que se caen. escándalo. unos brazos que lo toman por la espalda y lo arrojan a la calle. se siente desorientado. comienza a caminar de regreso a su casa. suena la sirena de una ambulancia.
  el reloj da las 20:30, volviéndolo a esa realidad menos real que la realidad de los sueños. se incorpora. va directo hacia el baño. el agua helada moja su rostro. se viste. toma un mate cocido con pan duro. se calza las zapatillas. agarra el carrito, y comienza a revisar la basura [antes que pase el camión], silbando una canción y pateando las piedritas de la calle.

Comentarios

  1. Excelente cuento!! Coincido en que tampoco es el que más me gusta... ("El camino de regreso" o "Te voy a extrañar" son impecables)
    El pueblo clama por el "mamotreto"!
    Abrazote ;)

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