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Lo que mata es la humedad

Lo que sangra es el orgullo,
el olvido premeditado,
los besos que despiertan los murmullos,
el rincón de tus recuerdos reciclados.

Lo que mata es la humedad,
ese adiós sin argumentos,
las miradas que reflejan la piedad,
los silencios que silencian los momentos.

Lo que duele es el después,
el vacío de la palma de mi mano,
los nunca disfrazados de tal vez,
las pasiones eternas de verano.

Lo que cansa es nadar contracorriente,
trepar sin cuerdas ni escaleras,
rodar cuesta arriba en la pendiente,
las promesas que prometen primaveras.

Lo que aturde es el jamás,
la certeza del fracaso repetido,
los comienzos que delatan el final.
[Las mentiras que perfuman lo oídos]
   
                   Lo que sangra
                                        es el orgullo.
                   
             Cristian Walter
            (entre enero y septiembre de 2011)

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Tempestad

Siglos de soledad fría mañana turbia. En esta tempestad,                                                 desangrándote. Sombras en la pared el tiempo que no llega; un después que tiende a                                                      desaparecer. Nubes de cal cubren mi ventana gris; en la oscuridad busco tu luz. El destino apuesta por última vez. En la oscuridad, enlaoscuridad , tu luz. Se marchita el sol con sus besos rabiosos. El silencio viene                                                  sin saber de vos. Ríos de sal tiñen tu grito febril; en la oscuridad busco tu luz. Agoniza el sueño sin saber por qué. En la oscuridad de esta tempestad, tu luz.                                                                        MARZO 2013

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" Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí." Augusto Monterroso      Oscuridad. Frío. La humedad perforando los huesos. Antes... no, no recordaba el antes. Sentía que desde su antes hasta su ahora habían pasado días, meses... siglos. Siglos de vivir huyendo, temblando por las noches, escuchando un rugido a la distancia, o unas fauces moliendo huesos, o el quejido de algún infeliz que no corrió con la misma suerte.    Suerte, muerte, peste. Notaba la pestilencia de la caverna en la que ahora se encontraba pasando los segundos empapado en una oscuridad amenazante.   Oscuridad, penumbra ; ojos abiertos o cerrados, da igual.   Ahora no se vislumbraba nada. No había ni siquiera esa luz primigenia que había originado las sombras que durante tanto tiempo lo habían perturbado. Quizás por eso sus párpados, pesados, no reaccionaban; no respondían, negándose a sucumbir ante la curiosidad.   ¿Acaso no fue la asesina del gato? ¿y entonces? ¿por qué ahora él

No es casual

No es casual que quiera gritarle al mundo que aún existo que llevo tu aliento apretado contra mi pecho, embarrándome de pies a cabeza mientras me ata los tobillos. No es casual que te piense en la soledad de la cocina sumergido en el humo de mi pipa y cegado por el brillo de la pantalla. No es casual que te busque en cada recoveco de la casa en la alacena,  detrás de las verduras, dentro del frasco de café en fondo húmedo del mate. No es casual que no sepa respirar sin tu recuerdo que no pueda caminar sin el remolino que provoca tu cadera sin la turbulencia que deja tu andar. No es casual que todo te traiga a mi cabeza el sonido de los pájaros,  los ladridos de Manyula, el goteo insistente de la canilla de la cocina. No es casual que revise tu respiración cada segundo de la noche que duerma intranquilo en tu abrazo que me pierda en el movimiento de tus párpados. No es casual, lo sé; quizá por eso te escribo.