Mi garganta escupe estas ideas que la tinta materializa en versos rabiosos. Y ya no es mi voz la que blasfema tu nombre; ni siquiera tus actos los que hacen dudar de tu existencia; es ese séquito de autómatas que te sigue y te nombra, que te venera y te aplaude, que te justifica y te perdona el que hace que pierda mi fe. Ahora que el sol no mira hacia el costado, que las nubes no encuentran tus miserias, que el agua no lava tus errores, que el viento no amontona distracciones, que la lluvia no hipnotiza con su canto, que tu eco no escarba mis oídos y que mi lengua saborea tus mentiras, es ahora -decía- que entiendo claramente. Entiendo al aire que trae tu perfume, a tu aliento que se aferra a mi cuello, a la tierra que retiene mis pasos, al camino que confunde a mis pies, a mi pecho que tiembla en tu presencia, al tiempo que exige nuestros cuerpos; entiendo el porqué de mi llanto de mi aletargamiento de mi furia. Comprendo por qué confundo destino con te
Mirar el cielo es más poético que mirarse los pies