Mi garganta escupe estas ideas
que la tinta materializa en versos rabiosos.
Y ya no es mi voz
la que blasfema tu nombre;
ni siquiera tus actos
los que hacen dudar de tu existencia;
es ese séquito de autómatas
que te sigue y te nombra,
que te venera y te aplaude,
que te justifica y te perdona
el que hace que pierda mi fe.
Ahora que el sol no mira hacia el costado,
que las nubes no encuentran tus miserias,
que el agua no lava tus errores,
que el viento no amontona distracciones,
que la lluvia no hipnotiza con su canto,
que tu eco no escarba mis oídos
y que mi lengua saborea tus mentiras,
es ahora
-decía-
que entiendo claramente.
Entiendo
al aire que trae tu perfume,
a tu aliento que se aferra a mi cuello,
a la tierra que retiene mis pasos,
al camino que confunde a mis pies,
a mi pecho que tiembla en tu presencia,
al tiempo que exige nuestros cuerpos;
entiendo
el porqué de mi llanto
de mi aletargamiento
de mi furia.
Comprendo por qué confundo destino con temor y llamo amor a la simple compañía.
Comprendo
-decía-
la culpa de mis manos
que pretenden otras piernas,
que se quedan enredadas en la nostalgia de un quizasmañanatodocambie.
No sé si mis ideas llegarán a tus oídos,
pero mi garganta
las escupe
y la tinta
las materializa en estos versos rabiosos.
Cristian Walter
1 sep 2011
que la tinta materializa en versos rabiosos.
Y ya no es mi voz
la que blasfema tu nombre;
ni siquiera tus actos
los que hacen dudar de tu existencia;
es ese séquito de autómatas
que te sigue y te nombra,
que te venera y te aplaude,
que te justifica y te perdona
el que hace que pierda mi fe.
Ahora que el sol no mira hacia el costado,
que las nubes no encuentran tus miserias,
que el agua no lava tus errores,
que el viento no amontona distracciones,
que la lluvia no hipnotiza con su canto,
que tu eco no escarba mis oídos
y que mi lengua saborea tus mentiras,
es ahora
-decía-
que entiendo claramente.
Entiendo
al aire que trae tu perfume,
a tu aliento que se aferra a mi cuello,
a la tierra que retiene mis pasos,
al camino que confunde a mis pies,
a mi pecho que tiembla en tu presencia,
al tiempo que exige nuestros cuerpos;
entiendo
el porqué de mi llanto
de mi aletargamiento
de mi furia.
Comprendo por qué confundo destino con temor y llamo amor a la simple compañía.
Comprendo
-decía-
la culpa de mis manos
que pretenden otras piernas,
que se quedan enredadas en la nostalgia de un quizasmañanatodocambie.
No sé si mis ideas llegarán a tus oídos,
pero mi garganta
las escupe
y la tinta
las materializa en estos versos rabiosos.
Cristian Walter
1 sep 2011
Muchísimas gracias, Martín.
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