Tiemblan las sombras de frío y tiritan detrás de las lápidas. Saben que el aullido de la tierra húmeda es provocado por cada maquinalmente calculado cuchillazo de la pala de punta que la penetra, al tiempo que brilla resplandeciente y deja escapar la sonrisa socarrona.
La brisa siente miedo y se queda agazapada en un rincón del cementerio.
Las hojas evitan el bailoteo y los árboles están más silenciosos que de costumbre.
El perro se lamenta la pérdida de su amo y se pregunta por qué cruzó la calle en busca de esa pelotita color rojo sangre.
*publicado en TRAZOS TRIZAS TROZOS (cantamañanas, 2011)
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