No es casual que quiera gritarle al mundo que aún existo que llevo tu aliento apretado contra mi pecho, embarrándome de pies a cabeza mientras me ata los tobillos. No es casual que te piense en la soledad de la cocina sumergido en el humo de mi pipa y cegado por el brillo de la pantalla. No es casual que te busque en cada recoveco de la casa en la alacena, detrás de las verduras, dentro del frasco de café en fondo húmedo del mate. No es casual que no sepa respirar sin tu recuerdo que no pueda caminar sin el remolino que provoca tu cadera sin la turbulencia que deja tu andar. No es casual que todo te traiga a mi cabeza el sonido de los pájaros, los ladridos de Manyula, el goteo insistente de la canilla de la cocina. No es casual que revise tu respiración cada segundo de la noche que duerma intranquilo en tu abrazo que me pierda en el movimiento de tus párpados. No es casual, lo sé; quizá por eso te escribo.
Mirar el cielo es más poético que mirarse los pies