La noche cae como un cristal roto, corta las venas y el olvido. Vos, ausente; yo, cansado; y la pena que pesa y pisa, pero no pasa; y la constante búsqueda que se queda a mitad de camino entre tu yo y el mío, y mientras los relojes siguen marcando las 3, se empeñan en despertarnos de nuestros sueños de calabazas y ratones. Yo me acerco y apoyo mi cabeza en tu pecho y escucho, y siento cómo va entrando en mi oído ese runrun en Times New Roman 12, a doble interlineado, que pareciera ir borrando los destellos de un pasado inerte, inerme, incierto. Y mientras recojo las palabras que se van cayendo al piso -porque no hay lugar para todo ese torrente de ideas y reclamos y dolores-, y miro cómo las paredes se descascaran y se borran las fotos que colgamos, mientras todo esto pasa trato de buscarte los ojos, pero seguís durmiendo y dudo si yo sigo despierto o si alguna vez lo estuve. Escucho que a fuera el mundo grita nuestros nombres, que nos juzga y nos reclama y nos exige y nos exilia; y
Hoy me desperté, como tantas veces, con ganas de saltar del mundo; arrojar mi sombra al primer tren, al primer abrazo, a la primera mirada que busque rozarme las alas. Dar mis pasos como si fueran los primeros: pasos torpes, lentos, trastabillados. Quise pasar de largo por los espejos de la casa -no soporto la idea de cruzarme con esos ojos que me juzgan- y guardar en algún bolso algunas cosas, alguna música, algún olor, lo necesario para cubrir la cuota de aún seguir vivo; despedirme de mis seres abrir la puerta de entrada sigiloso y huir. No buscar a nadie, no llevar teléfonos ni agendas, dejar atrás identificación alguna. Olvidar lo aprendido, lo enseñado, lo hablado; cargar solo con esta humanidad que se va cansando día a día, aferrándose al consuelo de no asfixiarse. Deambulé por la casa mientras afuera las perras se movían inquietas, mientras adentro las luces respiraban debajo de las sábanas ajenas a mis desgastes ausentes a mis desmembramientos y co