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la nuit et ses etceteras

La noche cae como un cristal roto, corta las venas y el olvido. Vos, ausente; yo, cansado; y la pena que pesa y pisa, pero no pasa; y la constante búsqueda que se queda a mitad de camino entre tu yo y el mío, y mientras los relojes siguen marcando las 3, se empeñan en despertarnos de nuestros sueños de calabazas y ratones.  Yo me acerco y apoyo mi cabeza en tu pecho y escucho, y siento cómo va entrando en mi oído ese runrun en Times New Roman 12, a doble interlineado, que pareciera ir borrando los destellos de un pasado inerte, inerme, incierto. Y mientras recojo las palabras que se van cayendo al piso -porque no hay lugar para todo ese torrente de ideas y reclamos y dolores-, y miro cómo las paredes se descascaran y se borran las fotos que colgamos, mientras todo esto pasa trato de buscarte los ojos, pero seguís durmiendo y dudo si yo sigo despierto o si alguna vez lo estuve. Escucho que a fuera el mundo grita nuestros nombres, que nos juzga y nos reclama y nos exige y nos exilia; y
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Rodar

Hoy me desperté, como tantas veces, con ganas de saltar del mundo; arrojar mi sombra al primer tren, al primer abrazo, a la primera mirada que busque rozarme las alas. Dar mis pasos como si fueran los primeros: pasos torpes, lentos, trastabillados. Quise pasar de largo por los espejos de la casa -no soporto la idea de cruzarme con esos ojos que me juzgan- y guardar en algún bolso algunas cosas, alguna música, algún olor, lo necesario para cubrir la cuota de aún seguir vivo; despedirme de mis seres abrir la puerta de entrada sigiloso y huir. No buscar a nadie, no llevar teléfonos ni agendas, dejar atrás identificación alguna. Olvidar lo aprendido, lo enseñado, lo hablado; cargar solo con esta humanidad que se va cansando día a día, aferrándose al consuelo de no asfixiarse. Deambulé por la casa mientras afuera las perras se movían inquietas, mientras adentro las luces respiraban debajo de las sábanas ajenas a mis desgastes ausentes a mis desmembramientos y co

Larga noche

" Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí." Augusto Monterroso      Oscuridad. Frío. La humedad perforando los huesos. Antes... no, no recordaba el antes. Sentía que desde su antes hasta su ahora habían pasado días, meses... siglos. Siglos de vivir huyendo, temblando por las noches, escuchando un rugido a la distancia, o unas fauces moliendo huesos, o el quejido de algún infeliz que no corrió con la misma suerte.    Suerte, muerte, peste. Notaba la pestilencia de la caverna en la que ahora se encontraba pasando los segundos empapado en una oscuridad amenazante.   Oscuridad, penumbra ; ojos abiertos o cerrados, da igual.   Ahora no se vislumbraba nada. No había ni siquiera esa luz primigenia que había originado las sombras que durante tanto tiempo lo habían perturbado. Quizás por eso sus párpados, pesados, no reaccionaban; no respondían, negándose a sucumbir ante la curiosidad.   ¿Acaso no fue la asesina del gato? ¿y entonces? ¿por qué ahora él

Salón de baile

  Las boquillas húmedas vomitan sus últimos suspiros humeantes desde el fondo de sus nichos de aluminio.   Mientras duermen en el suelo, las patas cojas de las mesas del salón sueñan con ser testigos de infieles caricias furtivas.   Las luces, cansadas de no pestañear después de haber aprendido a dormir con los ojos abiertos, lanzan bostezos intermitentes, fastidiando a la pareja de ancianos que, desde hace rato, miran de reojo los mimos que las jóvenes se propinan a sí mismas cada vez que son observadas por los espejos.   Un viejo afónico y sordo parlante aúlla, desde la esquina, un tango oxidado, suplicando paz, rogando silencio o un vaso de agua.   Un par de tacos besan las baldosas gastadas, al mismo tiempo en el que, ajenas a toda sensiblería cursi, las sombras profesan eróticos arrumacos a las figuras dibujadas por el viento y las faldas, que se chocan unas a otras, golpeándose para ser protagonistas.   Las suelas de los zapatos que llevan consigo la humanida

No es casual

No es casual que quiera gritarle al mundo que aún existo que llevo tu aliento apretado contra mi pecho, embarrándome de pies a cabeza mientras me ata los tobillos. No es casual que te piense en la soledad de la cocina sumergido en el humo de mi pipa y cegado por el brillo de la pantalla. No es casual que te busque en cada recoveco de la casa en la alacena,  detrás de las verduras, dentro del frasco de café en fondo húmedo del mate. No es casual que no sepa respirar sin tu recuerdo que no pueda caminar sin el remolino que provoca tu cadera sin la turbulencia que deja tu andar. No es casual que todo te traiga a mi cabeza el sonido de los pájaros,  los ladridos de Manyula, el goteo insistente de la canilla de la cocina. No es casual que revise tu respiración cada segundo de la noche que duerma intranquilo en tu abrazo que me pierda en el movimiento de tus párpados. No es casual, lo sé; quizá por eso te escribo.